Paloma Silva: mujer trans, un rayo de color en el campo
Por Alessandra Monterastelli
De la página web del MST
Paloma se fue a vivir al municipio de Caucaia, región metropolitana de Fortaleza, cuando su abuela decidió volver a la ciudad donde creció: “Donde ella se fue a vivir, yo también”. Las tres mujeres, abuela, hija y nieta, se trasladaron a la comunidad de Coqueiro, junto al Complejo Industrial y Portuario de Pecém y cerca del Lagamar do Cauípe.
Una laguna, por definición, es una “hondonada marina o fluvial”. En el caso de Cauípe, una masa de agua alargada abastecida por las aguas del río Cauípe, gracias a las dunas móviles típicas de la geografía regional. El Lagamar o Cauípe es un área de protección ambiental garantizada por el Decreto Estatal Nº 24.957, del 5 de junio de 1998, debido a la rica biodiversidad que alberga la fauna y la flora de la región.
Desde temprana edad, Paloma participó en grupos juveniles de la Iglesia Católica que eran activos dentro de su comunidad. “Nuestro grupo estaba muy al día, teníamos debates políticos y sobre temas regionales, aunque dentro de los parámetros de la iglesia”, dice. Poco después, a los 19 años, le recomendaron participar en una reunión para presentar el Movimiento de Afectados por las Presas (MAB). “Me enamoré. Vi la seriedad y la importancia del movimiento social y de la causa. Creo que todos los jóvenes tienen un poco de sed de transformar y luchar por días mejores”, dice.
En ese momento, Paloma ya estaba pasando por su transición. “Tengo una familia maravillosa que siempre me ha acogido, así que mi proceso de transición fue un poco más natural; tuve grandes problemas conmigo misma, en términos de aceptación personal”, declara. En los grupos de la iglesia no había apertura para las discusiones sobre el género o la sexualidad. “El miedo que tenía y que tengo es el mismo que tienen todas las mujeres transexuales: salir a la calle y ser asesinada por el simple hecho de ser quien eres. Eso me retrajo mucho. Unirme al Movimiento me ayudó a salir de la zona de limitación y miedo en la que me encontraba”, explica. Fortalecida, comenzó a movilizarse para intentar responder a los problemas impuestos a la comunidad.
“La vida en la comunidad era muy tranquila porque tenía un carácter más rural, pero nunca dejamos de sufrir injusticias. Llevo 10 años viviendo aquí y he visto un poco cómo ha cambiado todo con la llegada de las empresas”, dice Paloma. La construcción del Complejo Industrial y Portuario de Pecém comenzó en 1995 y se inauguró en 2002. La zona alberga varias compañías y empresas industriales, con bases que van desde la energía eólica hasta la producción de cemento. Paloma habla de los vagones del puerto, “grandes y pesados”, que provocan accidentes en la región porque pasan cerca de las comunidades. “Recientemente, un joven murió por esa causa”, dijo. La contaminación en la región es otro factor que pone en riesgo la vida de quienes viven en Coqueiro, pero también en otras comunidades vecinas. Es habitual que el polvo del mineral de hierro y del carbón se acumule en las casas: “Pasamos las manos por los muebles y vemos el polvo”, dice.
Entre todas estas cuestiones, Paloma explica que el suministro de agua es quizás la más contradictoria de todas. “Hay todo un sistema para abastecer al Parque Industrial, pero falta agua para todas las comunidades alrededor del Lagamar do Cauípe. Esta zona debía ser una reserva y la comunidad también es consciente de la necesidad de preservar el medio ambiente. Las empresas llegaron y tomaron el agua, sin más obstáculo que la gente organizada. Nuestra intención siempre ha sido dar prioridad al suministro de personas”.
La militancia contra las violaciones de los derechos de la población en la región comenzó para Paloma poco después de aquel encuentro con el MAB, a los 19 años. A partir de ese momento, describe que se dio cuenta de que las difíciles situaciones que se imponen a diario a su comunidad no debían aceptarse y podían combatirse colectivamente.
“Son las mismas violaciones que sufren los afectados por las represas en todo Brasil; las familias son desalojadas de sus tierras para dar paso a la construcción y pierden el acceso al agua”, denuncia; a esta ecuación se suma la ruptura de los lazos culturales y la convivencia obligatoria con altos niveles de contaminación ambiental.
Según Paloma, su comunidad es la que tiene el sistema de abastecimiento de agua más desarrollado en comparación con las zonas vecinas y, aun así, es habitual pasar semanas sin tener agua en el grifo.
“Las otras comunidades suelen comprar agua del camión cisterna para poder bañarse. Tenemos una zona bien desarrollada industrialmente, con gente que viene de fuera a trabajar, pero los jóvenes y adultos de la región no tienen empleo; estamos al lado de una laguna, pero se nos niega el acceso al agua”, dice. Una vez que el movimiento social es activo, el objetivo pasa a ser la prioridad del suministro humano.
En 2017, junto con el movimiento, Paloma ocupó una obra en la que se iba a instalar una empresa para la que el Estado garantizaba el suministro; el objetivo era reclamar un acceso prioritario y humano al agua. “Las zonas urbanas periféricas no están exentas de muchas cuestiones problemáticas que sufren las zonas rurales, como por ejemplo el suministro de agua o el acceso a la electricidad”, comenta.
Mientras continúan las movilizaciones para luchar por los derechos en la región, afirma que el MAB también le ha ayudado a ampliar su visión sobre la importancia de la lucha organizada más allá de la comunidad de Coqueiro. Y fue allí, también, donde Paloma encontró un lugar de acogida como persona LGBTQAI+.
“Era muy retraído, callado, me quedaba en mi rincón; no me involucraba en los espacios comunitarios. El movimiento me permitió conocer nuevas personas y lugares, fomentando mi participación en espacios colectivos”, afirma. También explica que los debates sobre sexualidad y género promovidos en la organización le ayudaron a comprender las violaciones que ella misma sufría, no sólo por la situación de su comunidad, sino también como persona LGBT. Comenzó a ir a los hogares de las familias afectadas por los problemas locales, para establecer conversaciones entre el Movimiento y las necesidades de la gente de la región.
“A veces me miran, pero es importante deconstruir y ocupar estos espacios de debate; mostrar nuestro interés común con estas familias, que empiezan a adaptarse un poco a una realidad que siempre ha sido diversa”, explica. “Suelo decir que cuando hablamos de LGBT, la gente que no tiene mucho conocimiento sobre el tema se queda un poco perdida, sin entender; pero nosotros siempre hemos estado en estos espacios. Nosotros, como personas LGBT, tenemos que contribuir a esta formación política y hacer que los demás comprendan nuestros problemas. De esta manera también podemos ayudar a otras personas LGBT a encontrarse a sí mismas”, argumenta.
Está entusiasmada con el 1er Seminario LGBTI de Vía Campesina-Brasil. “Siempre hemos estado en estos espacios rurales, cumpliendo tareas en la organización. Es importante que este debate tenga lugar a través de la Vía Campesina, que incluye varios movimientos de pueblos rurales, del agua y de los bosques, que a menudo tienen ideas más conservadoras”, afirma.
Al anunciar el seminario, Dê Silva, del Colectivo LGTBI de Vía Campesina-Brasil, dijo al MST que debatir es reafirmar el carácter popular de nuestras organizaciones y de Vía Campesina, desmitificando esa idea del campo como mayoritariamente masculino y cis. “Sabemos que el campo ha sido históricamente diverso”, afirma. Paloma, al coincidir con la afirmación de Silva, parece completar su discurso: “siempre ha habido un rayo de color en el campo”.
*Editado por Maiara Rauber