Feria del MST
Bajo riesgo de desalojo, los acampados llevan toneladas de alimentos a la Feria del MST
Por Gabriela Moncau /Traducción: Isabela Gaia
Del Brasil de Fato
Comienza este jueves 11 la Feria Nacional de la Reforma Agraria, organizada por el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST). El evento, que dura hasta el domingo 14, debe reunir a cientos de miles de personas en el Parque da Água Branca, en São Paulo, Brasil. Con 500 toneladas de alimentos saludables traídas a la feria, el MST viene reforzando en los discursos de sus afiliados el lema de que para producir alimentos se necesita tierra.
La 4ª edición de la feria ocurre en momentos en que el Congreso Nacional aprobó la creación de una Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) para investigar las ocupaciones del MST y que milicias rurales de terratenientes se organizan en el sur de Bahía.
Según el movimiento, procesos como estos buscan, a través de la criminalización, desinflar el debate público y ocultar que buena parte de los alimentos saludables que se producen en Brasil solo llegan a la mesa de la población porque se cultivan en tierras que debieron ser ocupadas por familias campesinas organizadas.
Datos del IBGE indican que, de toda el área cultivada en el país, el 78,3% es utilizado por el agronegocio para producir commodities de exportación. La producción de alimentos para consumo interno -como yuca, frijol y arroz, cultivados mayoritariamente por la agricultura familiar- ocupa solo el 7,7% de ese territorio.
Estos alimentos están entre los que trajeron los 1.200 vendedores que llegaron a São Paulo para el evento del MST. Parte de los agricultores que producen estos artículos viven en campamentos, es decir, territorios ocupados que aún esperan la regularización estatal como asentamiento de reforma agraria. Al mismo tiempo que cultivan alimentos sin veneno, se enfrentan al fantasma del desalojo.
Cafe del quilombo
Este es el caso de Sueli Oliveira, residente del Acampamento Marielle Vive, en Valinhos (São Paulo) y Jailson Lima, del Acampamento Herbert de Souza, en Campo de Meio (Minas Gerais). Ambos crecieron en el campo. Ella, en Iporã, Paraná. Él, en Bom Jesus da Lapa, Bahía.
Jailson, ahora con 39 años, se mudó del nordeste en 2004 a esta ocupación, una de las 11 que forman parte de Quilombo Campo Grande. “Dejé un rincón que no era el mío para llegar a un rincón que, al menos por ahora, gracias a Dios, está siendo nuestro”, sonríe. “Antes esta zona estaba abandonada, solo quedaban algunos caballos sueltos”, recuerda. El campamento alberga a 28 de las 459 familias que conforman el quilombo.
El área, sin embargo, está en disputa. Allí existía una usina de azúcar y alcohol, administrada por la Companhia Agropecuária Irmãos Azevedo (CAPIA), que fue declarada en quiebra en 2000. Dieciséis años después, sin embargo, el plan de recuperación judicial de la empresa incluía la reincorporación del área.
La quiebra de CAPIA incluye, en su plan, el arrendamiento de parte de ese territorio a Jodil Agropecuária e Participações Ltda, cuyo propietario es el empresario paulista João Faria da Silva, conocido como el “barón del café”. Un camino de tierra separa el Campamento Herbert de Souza de los otros grandes latifundios de Faria.
“La medida cautelar de desalojo está en el Juzgado Agrario de Minas Gerais. Y está a punto de ser juzgada”, dice Jailson, con preocupación. “El proceso sigue y esperamos que ahora, con el nuevo gobierno, podamos resolver esto de una vez.”
Aún con la angustia pendiente, las familias implementan en la zona una de las experiencias de transición agroecológica más reconocidas del país. Además de la producción de café orgánico agroecológico, que es su buque insignia, también se cultivan hortalizas, frutas y granos, además de una producción de miel. Todos estos productos están en la Feria Nacional de la Reforma Agraria.
El hecho de que las familias están acampadas y no asentadas, sin embargo, significa que no pueden acceder a políticas públicas para promover la agricultura familiar, ni están formalmente representadas por la Cooperativa Campesina del MST, que tiene la marca Guaií y opera en el sur de Minas Gerais.
“Hoy tenemos una gran cadena de producción en nuestras áreas. Simplemente no podemos acceder a la cooperativa directamente, por lo que la mayoría de las familias necesitan entregar sus productos a intermediarios. A todo esto se añade esta dificultad”, informa Jailson.
“La inseguridad ronda nuestra conciencia”
Una situación similar vive Sueli y las otras 419 familias que viven en Marielle Vive, el campamento más grande del MST en el estado de São Paulo. Ubicado en el interior del estado, está muy cerca, por irónica coincidencia, de la ciudad de Campinas, desde donde João Faria administra las casi seis mil hectáreas de tierra que posee entre Minas Gerais y São Paulo.
Sueli llegó a Valinhos (São Paulo) a los 17 años, después de que su familia perdiera la cosecha en una helada en el estado de Paraná y, sin dinero, cediera a la presión de las grandes haciendas que la rodeaban. Vendieron la chacra y se fueron a probar la vida en la ciudad. Sueli estudió hasta cuarto grado y luego tuvo que dedicarse a trabajar para ayudar a mantener el hogar. Quedó viuda a los 27 años y crió sola a tres hijos.
Tenía 55 años y estaba desempleada cuando, en abril de 2018, el MST ocupó un terreno improductivo de 130 hectáreas. “La primera semana tenía curiosidad, la segunda fui a ver cómo era. Cuando llegué, dije: este es mi lugar”. Con sus hijos ya crecidos, Sueli volvió a trabajar en la tierra, que tanto había extrañado desde niña.
“Desde ese día soy militante del movimiento, me identifico mucho con él, creo que es una causa necesaria y es el camino que tenemos para poder luchar”, subraya.
El Campamento Marielle Vive tiene como principal símbolo de su producción agroecológica una huerta colectiva en forma de mandala de mil metros cuadrados. Además, con trabajos de reforestación ambiental y preservación de manantiales, ya se plantaron alrededor de dos mil árboles en el territorio.
“Ya producimos y seguimos produciendo mucho aquí. Es una tierra bendecida, porque todo lo que ponemos, lo cosechamos. Hoy ya tenemos maíz, yuca, batata, pitahaya. Y tendríamos más si no fuera por esta inminente situación de reintegración. Esto nos hace muy mal”, cuenta Sueli. El área es reclamada por la Hacienda Eldorado Emprendimientos Imobiliarios.
Además de la acción de desalojo que se está tramitando en la Justicia, la comunidad ya ha sido objeto de un corte en el suministro de agua y, en el pasado, de tres ataques a balazos. “Es muy difícil para uno saber que tiene su casa y que mañana puede no tenerla. Entonces la inseguridad ronda la conciencia de la gente en todo momento”, describe la agricultora.
Por otro lado, dice que “la gente está muy emocionada con la Feria Nacional de la Reforma Agraria. Estamos llevando hortalizas, plátano, yuca, cúrcuma, paprika. Medicamentos: tinturas, ungüentos. Artesanía. Va a ser un éxito”.
Salud, medio ambiente y tierra
“Si pudiéramos recomendar que toda nuestra población brasileña se alimente con productos como estos, esto es lo que querríamos hacer, porque además de representar un símbolo de lucha, es totalmente saludable. Y, para que podamos seguir produciendo alimentos saludables, libres de pesticidas, necesitamos la tierra. Porque sin la tierra no hay forma de producir. Y los grandes monocultores no producen alimentos, ¿no es cierto? Producen commodities. Nada que lleve comida sana a la gente”, argumenta Sueli.
Ella y Jailson forman parte de las 65 mil familias sin tierra que viven en campamentos en Brasil y cuya regularización como asentados está entre las demandas centrales del MST al gobierno de Lula.
“Necesitamos resolver la situación en los campamentos de una vez por todas. Y buscar mecanismos para presionar a los propios políticos para que resuelvan esto. Hace demasiado tiempo que nuestras familias han estado sufriendo, sin ninguna ayuda, resistiendo hasta hoy”, dice Jailson.
“Es una señal”, afirma el coordinador del MST en MG, “de que es un pueblo de lucha, ¿no? Un pueblo trabajador, que ama la tierra y que contradice ese discurso criminalizador de que son terroristas. Estamos hablando de movimientos que organizan a las personas, a las familias que quieren luchar por un pedacito de tierra”. Y lo hacen, recuerda Sueli, produciendo alimentos en momentos en que “el hambre toca a la puerta de la población”.
Edición: Thalita Pires