Coyuntura brasileña: ataques bolsonaristas, medio ambiente y resistencia popular

En esa análisis traemos nuestra reflexión acerca de las reformas utraliberales del (des) gobierno Bolsonaro y situación del país en la pandemia

26 Grito de los Excluidos en defensa de la vida, celebrado en la Praça Osvaldo Cruz, en la Avenida Paulista, en São Paulo, en la mañana del pasado 7 de septiembre. Fotografía: Elineudo Meira

Por el Colectivo de Relaciones Internacionales MST
Desde la página MST

Presentamos aquí el segundo número de nuestro Informe Quincenal: “Análisis de la Coyuntura Brasileña – Una perspectiva desde el MST”. En esa análisis traemos nuestra reflexión acerca de las reformas utraliberales del (des) gobierno Bolsonaro, situación del país en la pandemia, y el escenario político, económico y social pos CPVID 19.

Son tiempos difíciles. Pero seguimos en lucha y seguros de la resistencia popular de nuestro pueblo.

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Edición 2 – 07 de Septiembre del 2020

Cuando el COVID-19 se convirtió en una pandemia, muchos creímos que sería una oportunidad para que la humanidad revisara los principios que guiaron el siglo XXI. Sería el momento de afirmar que el acceso a la atención de la salud para toda la población es más importante que la contabilidad bancaria; que los ventiladores mecánicos son más necesarios que los teléfonos inteligentes; que la cooperación internacional sería más eficiente para producir vacunas que el mercado libre; y que los alimentos producidos por los y las agricultores/as, y no en laboratorios e industrias, son más seguros y saludables. Tal vez hemos sido ingenuos al no considerar que la pandemia se produce precisamente en un momento de crisis estructural del capitalismo.

Como hemos visto en este siglo, desde que el capital especulativo y financiero se convirtió en el centro dinámico del sistema, las crisis se han vuelto cada vez más frecuentes y destructibles. Por otra parte, el apetito del capital por destruir el medio ambiente, mercantilizar todas las dimensiones de la vida y producir bienes efímeros que requieren un reemplazo casi inmediato también se ha vuelto proporcionalmente más rápido y más destructivo. Esto en un contexto de disputa geopolítica con el surgimiento de un bloque de oposición a os Estados Unidos, liderado por China.

Es importante señalar, sin embargo, que, a diferencia de la Guerra Fría del siglo pasado, cuando los Estados Unidos vendieron un “sueño americano”, el modo de vida americano, difundido por Hollywood y que retrataba a Occidente como una enorme nación de “clase media” (y eso no significa que cumplieran con este sueño), la gran novedad de la Era de Donald Trump es que los Estados Unidos no tienen nada que ofrecer a la humanidad. No hay ningún proyecto. No hay ninguna disputa ideológica o concepción de la sociedad. La Doctrina Trump es sólo el ejercicio parasitario del poder estadunidense, porque pueden y porque quieren.

Es impresionante que, incluso sin tener nada que ofrecer existen quienes insisten en someterse y subordinarse a este proyecto. En este caso, nos referimos a las élites brasileñas. El capitán Jair Bolsonaro tiene una profunda pasión y admiración por los Estados Unidos y, especialmente por Donald Trump. No es una ironía. Es consistente incluso con su bajo nivel intelectual. Sin embargo, su Ministro de Finanzas, Paulo Guedes, un Chicago Boy, o el Presidente del Congreso Nacional, Rodrigo Maia, no se dejan llevar por pasiones de adolescentes. Hay un proyecto ultraliberal para dirigir el país y eso requiere que un gobierno autoritario imponga sus medidas antipopulares.

Desde antes de su elección y después de ella, el sector financiero, industrial o de agronegocio de Brasil nunca ha reprendido a Jair Bolsonaro por sus opiniones machistas, misóginas, homofóbicas, rastreras o beligerantes. Aunque cierta oposición liberal, expresada en algunos medios de comunicación, ha expresado su desaprobación, ningún empresario ha criticado nunca al presidente.

Lo importante es que Bolsonaro dio continuidad al proyecto iniciado en 2016 con el derrocamiento de la presidenta Dilma Roussef. Tal vez ningún país del mundo haya hecho tantas reformas ultraliberales en tan poco tiempo como Brasil en los últimos 4 años: hemos pasado por una reforma laboral que eliminó los derechos ganados hace 80 años y desreguló totalmente las formas de contratación, permitiendo la “uberización ” y la legalización de la precariedad; una reforma de la escuela secundaria y el retiro de las políticas educativas; una reforma de las pensiones que aumentó el tiempo de contribución y hace imposible la jubilación en la práctica; una reforma política que prohíbe las alianzas legislativas y pretende eliminar los pequeños partidos.

La esencia del proyecto que llevó a Jair Bolsonaro al poder es el retiro total del Estado de la economía y la sociedad para que este lugar sea ocupado por inversiones privadas. Esto es evidente, por ejemplo, en la cuestión ambiental. Por segundo año consecutivo, los incendios en el Amazonas y ahora también en el Pantanal están en aumento. Incendios causados por la agroindustria, transformando el bosque en campos para la soja y el ganado. Aunque es posible identificar a los propietarios de las zonas donde se produce la deforestación, nadie ha sido detenido y pocos han sido multados. Por otra parte, como ya ha expresado Jair Bolsonaro a Al Gore, su deseo es que los Estados Unidos exploten la Amazonia, opinión que comparten el general Hamilton Mourão, el vicepresidente, y el Ministro de Medio Ambiente. Actualmente, los tres bancos privados más grandes del país ya están discutiendo cómo explotar la selva Amazónica en un sistema de concesión privada.

Con la pandemia, el PIB de Brasil fue uno de los más afectados en América Latina y el mundo. La economía brasileña no ha crecido en 5 años y la recesión hubiera llegado aún sin la pandemia. La combinación de las políticas económicas y la pandemia agravaron la desigualdad social del país. En comparación con el mismo período de 2019, la caída de la economía fue del 11,4%. Este es el peor resultado en la historia de la industria, los servicios y el consumo doméstico.

Ante este escenario, se esperaba que el Estado actuara para reimpulsar la economía, especialmente en un país con más de 12 millones de desempleados. Sin embargo, el presupuesto presentado por el gobierno para el próximo año prevé recortes en las áreas de educación, salud, ciencia y tecnología y ciudadanía. Además, no prevé la continuación de la ayuda de emergencia que las familias en peores condiciones están recibiendo durante la pandemia.

Junto con el presupuesto, el gobierno presentó una propuesta de reforma de la administración del Estado, que excluye los derechos de los funcionarios públicos y facilita el despido de estos trabajadores. Las Fuerzas Armadas no sólo verán incrementado su presupuesto, sino que también han recibido la autorización para ampliar su personal. Con la alianza financiero-militar al frente del país, Jair Bolsonaro puede dedicarse exclusivamente a su proyecto político familiar de utilizar el Estado para impedir las investigaciones y los castigos de sus familiares y amigos en los negocios relacionados con las milicias cariocas (grupos paramilitares de la ciudad de Rio de Janeiro).

Es dentro de este complejo marco que las organizaciones populares deben resistir. En un escenario de crisis económica y social, las salidas individuales se vuelven más atractivas y la lucha popular tiene dificultades para organizarse frente a las limitaciones del aislamiento social y al mismo tiempo frente al aparato represivo. Los militares y la policía federal son la base social del bolsonarismo, incluso promoviendo huelgas contra los gobernadores progresistas como una forma de desestabilizar los gobiernos de la oposición. Desde la elección de Bolsonaro, los agentes de policía se han sentido “autorizados” a cometer abusos, como lo demuestra el aumento de las tasas de mortalidad en acciones de los agentes de policía en Rio de Janeiro y situaciones como la vigilancia de los manifestantes antifascistas por el Ministerio de Justicia.

Seguramente es una imagen poco entusiasta. Pero al mismo tiempo, las condiciones para sostener este proyecto son precarias y poco fiables. El ultraliberalismo es incapaz de evitar el colapso económico y social que se avecina y corresponderá a las organizaciones populares presentar soluciones concretas a esta crisis. En este sentido, las acciones de solidaridad que hemos desarrollado nos acercan a los/as trabajadores/as urbanos en este momento de pandemia, así como extendemos nuestra lucha contra el regreso a clases a todas las escuelas, en el campo y en las ciudades, y la producción de alimentos, la organización de asentamientos y nuestra campaña de plantación de árboles son parte de un proyecto más amplio que queremos construir.

No somos ingenuos. Sabemos de la fuerza y la ofensiva del capital en este periodo. Pero también creemos, siempre y desde el principio, en la capacidad humana y en los valores humanistas. Por lo tanto, seguimos creyendo que el periodo posterior a la pandemia será el momento de reflexionar y reconstruir los principios que guían la acción humana, la cooperación entre los pueblos y el desarrollo de la humanidad basado en una economía justa, una sociedad igualitaria y el respeto por la naturaleza y el medio ambiente.