Brasil

“Los brasileños tienen hambre por falta de ingresos, no de producción”, dice João Pedro Stedile

Para Stedile, los emprendedores contra Bolsonaro ya son mayoría, pero buscan una tercera vía para las elecciones de 2022
João Pedro Stedile es el invitado de esta edición de BDF Entrevista – José Eduardo Bernardes

José Eduardo Bernardes/ Traducción: Patricia Moura e Souza
Del Brasil de Fato

“El gobierno de Bolsonaro no es más que el espejo de la crisis, el espejo de la burguesía”, dice João Pedro Stedile, economista y activista de la reforma agraria, en una crítica a las posiciones recientes de los empresarios brasileños, que recién ahora están mostrando oposición al presidente Jair Bolsonaro (sin partido), en medio de la crisis social y económica más grave de Brasil.

El invitado de esta edición en BDF Entrevista, Stedile, uno de los fundadores del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra, también habla sobre la precarización del trabajo en Brasil, los intentos de golpe de Bolsonaro y cómo deberá conformarse un nuevo gobierno del expresidente Lula, principal candidato en las elecciones de 2022.

Acompañe la entrevista:

Brasil de Fato: Brasil atraviesa una crisis sin precedentes, el hambre ha vuelto a afectar a las familias, la economía no puede dar los pasos adecuados y los riesgos de las reformas propuestas se han materializado. ¿Cuál es el estado real de nuestra democracia desde 2016? 

João Pedro Stedile: El país atraviesa un momento grave, porque es la peor crisis de toda su historia, una crisis estructural de la forma en que el capitalismo domina la sociedad y la economía, que aparece en la producción, en la economía cada vez más concentrada. Antes de la crisis teníamos 45 multimillonarios, hoy tenemos 65. 

Tenemos una economía ultraconcentrada, con una contradicción fundamental, dado que ya no produce los bienes que necesita la población. Esta es la gran contradicción del capitalismo brasileño dependiente, con consecuencias de una verdadera tragedia social, que es la profundización de la desigualdad social. Es la herida más grande, la marca de nuestra sociedad. 

Brasil, junto con Sudáfrica, tiene la mayor desigualdad social, con una crisis que arrojó a la pobreza a 67 millones de trabajadores, según reveló la PNAD (Encuesta Nacional por Muestra de Hogares) del IBGE (Instituto Brasileño de Geografía y Estadística). Hay 14 millones de desempleados, seis millones que ya no buscan trabajo y 40 millones que no tienen trabajo fijo, viven de trabajos ocasionales, del trabajo precario y, por lo tanto, no tienen ingresos fijos, no tienen derechos, están excluidos de la ciudadanía. 

Lo importante es entender en este momento que la crisis en Brasil es estructural, lo que significa que va más allá del período de esta situación y de este gobierno. Significa que tenemos que pensar después del “Fuera, Bolsonaro” en cambios estructurales para sacar al país de la crisis y ponerlo en nuevos caminos que garanticen el bienestar de toda la población. 

Protesta “Fuera, Bolsonaro” demanda vacuna y trabajo / Paulo Pinto / AFP

Una parte de estas personas desempleadas ya se encontraba en el mercado informal, que ha crecido enormemente desde 2018. Y la pandemia alejó a esta gente de la calle. ¿Cuál es el nivel de precariedad del trabajo en Brasil? 

La precariedad del trabajo que revelan estos datos de la PNAD es solo una fotografía de la crisis estructural. No es por la pandemia de covid-19, ya veíamos estos signos desde 2014. Tampoco sirve de nada que los economistas digan que esta es la tendencia del capitalismo moderno. 
No es así, la sociedad brasileña en el próximo período tendrá que realizar un importante programa de reindustrialización del país y reorientar las inversiones productivas en la agricultura familiar para producir alimentos. Necesitamos zapatos, ropa, casas, alimentos, y todo esto debe producirse en la industria y la agricultura familiar. 

Entonces, estos tiempos de precariedad, de retirada de derechos desde el gobierno de [Michel] Temer hasta ahora son solo signos de esta codicia de la burguesía brasileña que, ante la crisis, arrojó todo el peso sobre la espalda de la clase obrera, a punto de, como mencionó Ud., llegar al absurdo de ser un país continental, con tanto potencial para la producción de alimentos, y tener alrededor de 20 millones de brasileños que viven con hambre. No tienen hambre porque no hay producción, tienen hambre porque no tienen ingresos, no tienen recursos para comprar alimentos en el supermercado o en la feria. 

Y, según los investigadores, tenemos otros 70 millones en lo que se llama inseguridad alimentaria, que significa comer de la peor manera posible, por debajo de lo necesario, o sin alimentos saludables y nutritivos, que aseguren incluso la salud. Esta es la imagen de la crisis. 

El gobierno de Bolsonaro ahora cuenta con el apoyo de los partidos de centro. De hecho, fue tomado por asalto por el oportunismo. Bolsonaro ya no parece tener apoyo del mercado e incluso esta base social que lo venía apoyando está cada vez más restringida a ese 20%. Aun así, ¿sigue siendo difícil hablar de juicio político? 

Primero tenemos que entender la naturaleza del gobierno de Bolsonaro. Nosotros, los movimientos populares del Frente Brasil Popular y del MST, hemos dicho que Bolsonaro solo está ahí porque la burguesía brasileña lo puso ahí. 

Ahora, una gran parte de ellos lo lamenta y el mismo Bolsonaro, por ser un espejo de la crisis, no tiene una fuerza social organizada propia, ni sindicatos, ni universidades, ni intelectuales, porque no tiene un proyecto de país, no tiene un proyecto de nación. 

En el fondo, es una aberración dirigida por la familia que todos conocemos, la práctica de “rachadinhas” (esquema de corrupción en que un parlamentar se queda con una parte del sueldo de sus asesores), su vida siempre fue enriquecer con recursos públicos.

Pero, aun así, en la derrota de la propuesta del voto impreso, el gobierno de Bolsonaro tuvo mayoría, a punto de aprobarla. ¿Eso entierra las posibilidades de juicio político por ahora? 

El tema de “Fuera, Bolsonaro” y el juicio político es otra historia. Para que hubiera la destitución del gobierno de Bolsonaro, con juicio político o de otras formas, analizamos que dependería concretamente del comportamiento de la burguesía o de la clase trabajadora.

La burguesía viene manifestándose a diario contra Bolsonaro, pero está dividida sobre qué hacer. 

Un sector de la burguesía, estúpido, en mi opinión, apuesta todas sus fichas por el mantenimiento de Bolsonaro, por el acceso a los recursos públicos y por esta estúpida política de privatizar las empresas estatales. Según los analistas, debe haber alrededor del 20% de la burguesía en esta corriente. Ahí tienes a Bradesco, Banco Pactual, BTG, el sector de capital financiero más especulativo, el dueño de Havan y otros. 

Otro sector de la burguesía, que en mi opinión es mayoritario y difícil de cuantificar, pero digamos que sean el 60%, ya no soporta a Bolsonaro. Incluso son la mayoría del poder económico. Imagino que el presidente de la FIESP no esté de acuerdo con Bolsonaro. La gente de Itaú no está de acuerdo, María Luiza Trajano no está de acuerdo con Bolsonaro. 

Sin embargo, este grupo, que es la mayoría, necesita resolver una incógnita antes de intentar destituir a Bolsonaro, que es crear una unidad sobre la fórmula de lo que se conoce como la tercera vía. Una vez hecho esto, la tercera vía solo será viable si se destituye a Bolsonaro. 

Hay una tercera corriente de la burguesía, en mi opinión, todavía minoritaria, que se ha expresado junto a Delfim Neto, un intelectual orgánico de la burguesía, un referente histórico de la burguesía. Ha repetido: “Dejen de tonterías con [ese intento de] tercera vía, tenemos que apoyar desde ya a Lula en la primera vuelta, porque Lula ganará las elecciones”.

Este sector de la burguesía tendería a posicionarse mejor en una alianza con Lula, porque saben que, si Lula gana las elecciones, tendrá que llevar a cabo un programa de reformas estructurales. 

Con un acuerdo sobre la tercera vía, la burguesía puede accionar su poder económico y mediático y sus influencias en el Congreso para encontrar una salida legal para la destitución del gobierno. Otra hipótesis es que, si no hay tiempo suficiente para un juicio político, pueden encontrar alguna forma de criminalizar al presidente por lo que está revelando la CPI (Comisión Parlamentar de Investigación) del Senado y prohibir que vaya por la reelección. 
Por parte de la clase trabajadora, debemos seguir con la consigna que nos une, “Fuera, Bolsonaro”. Sin embargo, la clase obrera es incapaz de ejercer su fuerza política, que se revela en las marchas, en la lucha concreta, ya sea con huelgas u ocupaciones. Debido al COVID, al desempleo, al hambre, no ha participado activamente en las movilizaciones.

Pero nunca podemos ser pesimistas y nuestro trabajo como militantes, como partícipes de movimientos populares y partidos de izquierda, es siempre seguir con el propósito de hacer un trabajo de base, organizar al pueblo y tratar de movilizarlo para la lucha. 

Hay un componente que ha ganado fuerza en los últimos días, que es el tema del apoyo de la policía militar, de las milicias armadas, al gobierno de Bolsonaro en las calles. ¿Es esto factible? ¿Es una preocupación que deberíamos tener? 

Puede que haya provocaciones aquí y allí, pero no lo creo, y no debemos caer en la paranoia de que habrá un intento de golpe de la Policía Militar. Creo que la reunión de los veinticinco gobernadores fue muy simbólica porque, al fin y al cabo, son ellos quienes dirigen a las policías militares. Creo que la mayoría de la corporación es sensata, son profesionales responsables, aunque aquí y allí practican el racismo, la violencia en los barrios periféricos. 

La mayor parte de la corporación son profesionales responsables, que conocen sus responsabilidades constitucionales. Ni creo que haya apoyo por parte de ellos, ni que haya intentos de golpe, así como he dicho varias veces que no se puede meter a todos los militares en la misma bolsa. 

Las contradicciones son evidentes, cada vez mayores, entre los militares que estuvieron en Brasilia, que están mamando en las tetas del gobierno, algunos generales con sueldos de R$ 100.000 (aproximadamente 20 mil dólares). Brasil de Fato reveló en estas semanas que [Eduardo] Pazuello gana R$ 57 mil por mes (cerca de 11 mil dólares) y fue a su oficina dos veces en los últimos dos meses, es decir, un insulto para los trabajadores. 

Ya otro tema son los militares que están en los cuarteles, que tienen sus responsabilidades y han mostrado signos de descontento con los rumbos del gobierno. Incluso porque el hecho de que Bolsonaro siga publicitando que es capitán, a pesar de que fue expulsado del Ejército, él sabe que todas las perversidades del actual gobierno están manchando la imagen de los militares, y aquellos que tienen sentido común quieren alejarse de este ventilador esparcidor de problemas. 

Usted mencionó el tema de la soberanía nacional e imagino que los militares también deben preocuparse por el tema ambiental. Recientemente vimos un estudio de Mapbiomas que menciona una pérdida de 15% del agua en el país. ¿Es posible revertir estos abusos ambientales?

Esto se explica por la verdadera codicia con la que los capitalistas avanzaron sobre la Amazonia, sobre las tierras públicas, sobre los minerales, las tierras indígenas y las tierras quilombolas (comunidades que descienden de grupos políticamente organizados de africanos y afrodescendientes que escapaban de la esclavitud). Y eso explica esta furia incontrolable por la liberación total de agrotóxicos. El agrotóxico aplicado por la agroindustria mata la biodiversidad y, por lo tanto, también desequilibra el medio ambiente y afecta el clima en todo Brasil. 

Estas agresiones contra el medio ambiente provocan contradicciones para los propios capitalistas, porque este modelo agresivo de agroindustria, de agrotóxicos que matan la biodiversidad y alteran el clima, terminan afectando a otros sectores de la agroindustria. 

La última cosecha de naranjas en São Paulo, el principal productor mundial de jugo de naranja, cayó un 40%, y ¿por qué? Porque las lluvias, que solían venir del Amazonas y del Pantanal, no vinieron, por los incendios. 

La sequía en la región Sureste también afectó el sector de la caña de azúcar, la ganadería, en fin, otros sectores de la agroindustria comienzan a darse cuenta de que este modelo predatorio de agroindustria, con uso intensivo de agrotóxicos, es insostenible. 

Para terminar nuestra conversación, existe la posibilidad de que el expresidente Lula llegue, como mínimo, a una segunda vuelta. Hay encuestas que señalan una victoria en primera ronda. ¿Es posible analizar la composición de cómo podría ser este gobierno de Lula, en esta correlación de fuerzas? 

Un gobierno progresista, popular, no solo es posible sino necesario. Sin embargo, para viabilizar un gobierno de Lula tenemos varios aspectos: uno son las alianzas partidarias, que tienen su propia metodología, ya que los partidos no necesariamente representan las fuerzas de la sociedad organizada, ya sea en la burguesía, la clase media o la clase trabajadora. 

Creo que lo fundamental para viabilizar una candidatura de Lula no son los partidos, ni qué figuras lo apoyarán. Por supuesto, cuantos más partidos y más figuras públicas lo apoyen, mejor. Pero creo que nosotros, como movimiento popular y como militantes, deberíamos preocuparnos, después del “Fuera, Bolsonaro”, que es la tarea número cero, de aprovechar el 2022 para realizar una gran campaña nacional en que movilice a la población, que movilice a la clase trabajadora para discutir un nuevo proyecto de país.

Es imposible encauzar a Brasil sin controlar el capital financiero, que es quien se lleva toda la riqueza. No es posible encauzar a Brasil sin controlar a las empresas transnacionales. No es posible encauzar a Brasil sin tener un impuesto sobre las grandes fortunas. 

Y estas reformas estructurales no dependerán de la buena voluntad de Lula, ni de las alianzas partidarias; dependerán de la capacidad del pueblo de entender su necesidad de luchar por ellas.  

Edición: Arturo Hartmann e Anelize Moreira