Arroz orgánico del MST: la agroecología puede producir en gran escala y oponerse al agronegocio

Sin pesticidas, el movimiento apuesta por bioinsumos y gestión comunitaria para expandir la producción
El MST es el mayor productor de arroz orgánico de América Latina. Foto: Pedro Stropasolas/Brasil de Fato

Por Rodrigo Chagas e Pedro Stropasolas
En Brasil de Fato | Viamão (RS)

No se necesita veneno ni trabajo forzado para eliminar las malas hierbas. Es posible, por ejemplo, administrar más adecuadamente el agua que fluye a través de los kilómetros de tuberías que riegan las plantaciones de arroz de tipo “agulhinha” o “cateto”. Tampoco son necesarios los fertilizantes químicos para aumentar la productividad de la tierra. Se pueden recuperar saberes ancestrales y organizar la producción en masa en una fábrica de bioinsumos, que no son tóxicos ni contaminantes.  

Desde hace más de dos décadas, las familias agricultoras del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), en Brasil, insisten en la misión de producir arroz orgánico, equilibrando la generación de ingresos con el respeto al medio ambiente. Los pioneros tuvieron que desarrollar su propio método de cultivo y competir por el espacio con la agroindustria y su forma de sembrar. Y lo lograron. 

El arroz agroecológico del MST ganó protagonismo en el debate político al figurar, según el Instituto Rio Grandense del Arroz (IRGA), como la mayor producción orgánica de América Latina. Gracias al conocimiento acumulado por los propios agricultores –y con la ayuda de universidades y organismos públicos locales–, tanto el área sembrada como la producción total están creciendo, incluso ante una reducción en la producción nacional de arroz. 

“El agronegocio pregunta: ‘¿Cómo logran producir arroz sin veneno y sin fertilizantes químicos?’. Nosotros contestamos: ‘¡vengan a conocernos!’. Usamos la misma naturaleza para que nos dé lo que necesitamos”, cuenta el técnico agrícola Ivan Carlos Prado Pereira, hijo de asentados de la reforma agraria y productor de arroz orgánico desde 2010.

En la 20ª Fiesta de la Cosecha del Arroz Agroecológico, realizada en marzo de este año en el Asentamiento Filhos de Sepé, en Viamão (Rio Grande do Sul), el movimiento celebró la longevidad de la producción y presentó novedades, como la inauguración de una fábrica de bioinsumos y la implementación de un proceso de certificación orgánica participativa. 

Según Roberta Coimbra, del sector productivo del MST de Rio Grande do Sul, las innovaciones en la cadena productiva buscan generar autonomía para las familias agricultoras, creando alternativas viables a la llamada “siembra convencional”, en la que se utilizan pesticidas y fertilizantes químicos producidos por grandes industrias.  

“El agricultor, en este escenario, nunca tiene autonomía y está siempre a merced del juego de precios de estas grandes corporaciones”, explica la asentada. 

Con la propuesta de la agroecología, además de recuperar las tierras desgastadas por el agronegocio donde normalmente se hacen los asentamientos, el MST, argumenta Coimbra, busca involucrar a toda la comunidad asentada en las diferentes etapas de la producción – “la planificación, las cooperativas, la agroindustria, la comercialización y la certificación, que está siendo un instrumento para involucrar directamente a las familias en la producción, en el campo”. 

“La producción de arroz, al ser mecanizada, a veces se ve como una producción solo para hombres. Pero tenemos espacio para todas las personas y podemos involucrar a jóvenes y mujeres en la producción de arroz”, enfatiza. 

Dónde empezó todo  

El Asentamiento Filhos de Sepé, donde se encuentra la mitad de la superficie sembrada de arroz agroecológico en el estado, reúne a algunos de los pioneros que iniciaron la producción a principios de la década de 2000. Allí se celebró la primera fiesta de la cosecha, en 2003. 

Leonildo Zang es uno de los pioneros en el cultivo del arroz sin el uso de venenos y fertilizantes químicos. “La iniciativa fue nuestra. Y nosotros mismos comenzamos a estudiarla. Cómo sembrar, cómo aprender a sembrar orgánico”, recuerda Leonildo, hoy de 70 años, quien cuenta que participó en el primer Congreso del MST, en 1985, antes de convertirse en acampado y luego asentado por el movimiento. 


He sido víctima del agronegocio, he sido víctima del veneno. Me fui al campamento por eso, no me sometí a sembrar tabaco con veneno. En la agroecología la cosa es distinta. Si estamos aquí respirando oxígeno, también necesitamos producir oxígeno. Tenemos que cuidar la naturaleza. Tenemos que cuidar todo el ciclo. De lo contrario, viviremos sin respirar, sin tener agua saludable. Todo esto hay que cuidarlo, ¿no? No se trata solo de ganancias.

Zang ha vivido en el asentamiento durante 24 años y ha visto cómo la agroecología ganó la disputa con el modelo de agronegocio. Familias asentadas y producción orgánica coexisten con especies nativas de los manantiales, presas y cursos de agua del Refugio de Vida Silvestre Banhado dos Pachecos, parte del Área de Protección Ambiental de Banhado Grande. 

Debido a una intervención del Ministerio Público Federal (MPF), y a la exitosa experiencia de algunos de los asentados que desde un inicio optaron por la agroecología, se prohíbe el uso de pesticidas en todo el territorio del asentamiento. Antes, los cultivos con veneno y sin veneno coexistieron durante aproximadamente una década. 

Para el asentado Marthin Zang, hijo del pionero Leonildo e investigador de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), el asentamiento se convirtió en referencia en tres hitos principales. Al producir arroz a gran escala y “contradiciendo el discurso de que la agroecología no alimenta a la humanidad”. Al organizar la gestión comunitaria –”y no individual”– de los recursos hídricos utilizados en la plantación. Y al asociar la producción y la gestión del agua al “contexto más amplio de preservación ambiental”. 

“La producción no es antagónica a la conservación, siempre que hablen entre sí y logremos mirar indicadores que van más allá de la productividad”, explica Marthin. “Más que alimentos, el proyecto agroecológico produce vida”, sintetiza su padre, Leonildo Zang.

El impacto del golpe interrumpió el crecimiento 

Las políticas públicas dirigidas a la agroecología y la agricultura familiar fueron descontinuadas o desfinanciadas, especialmente después del golpe de Estado contra Dilma Rousseff en 2016 y la llegada al poder de Michel Temer. 

El Programa de Adquisición de Alimentos (PAA), que alcanzó inversiones de R$ 1,3 mil millones en 2012, se encogió a R$ 135 millones en 2021. El Programa Nacional de Fortalecimiento de la Agricultura Familiar (PRONAF) y el Programa Nacional de Alimentación Escolar (PNAE) también sufrieron recortes presupuestarios.

Sin poder contar con políticas públicas de distribución de la producción, una parte del arroz orgánico cosechado terminó yendo a la “fosa común”, es decir, vendido al precio del arroz convencional, o por debajo, según Ivan Carlos Prado Pereira, presidente de la Asociación de Residentes del Asentamiento Filhos de Sepé.

“Se abandonó la valorización de nuestro producto, el respeto a la producción agroecológica”, relata el agricultor, al mencionar la prioridad que estos programas dan a la adquisición de productos orgánicos y la agricultura familiar.  

“Sufrimos mucho con eso, tener que buscar el mercado convencional, el supermercado o el mercado mayorista para tratar de vender nuestro producto”, corrobora Mirian Manfron, presidenta de la Cooperativa de Producción Agropecuaria Nova Santa Rita (COPAN), del Asentamiento Capela, responsable de 300 hectáreas de cultivo de arroz agroecológico. 

El impacto se debió a que el 80% de lo que vende la cooperativa se destina a la merienda escolar. “Priorizamos la comida en los platos de los niños, ¿no? Siempre tratamos de dar esta vida, este alimento sano y luchar por estas políticas públicas, pero no siempre llegan de la manera como nos gustaría”. 

En el contexto de incertidumbres, muchos dejaron de sembrar orgánico, y el área sembrada con arroz agroecológico se redujo drásticamente, pero se ha ido recuperando año tras año (ver gráfico arriba).  

Ante el avance del agronegocio, “nuestro mayor desafío es mantener la producción, mantener nuestro territorio libre de pesticidas, libre de transgénicos”, afirma Ivan Pereira. “Perdimos muchas áreas porque al lado está el agronegocio poniendo veneno sobre la producción, matando animales, insectos, matando todo.” 

El ataque del agronegocio en los últimos cuatro años ha sido muy fuerte. Nuestro desafío es aumentar y recuperar gradualmente las áreas que el agronegocio le ha quitado a nuestra producción orgánica. Y, con eso, hacer que el poder público criminalice a los que usan veneno sobre las áreas.”

Políticas públicas y participación de la juventud

El MST apostó su fuerza de movilización en la campaña electoral de 2022 y, de la presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva, espera la reanudación de la reforma agraria con foco en políticas de fortalecimiento de la agroecología. 

La Cooperativa de Trabajadores Asentados de la Región de Porto Alegre (COOTAP) es la principal productora de arroz del MST y espera aumentar el área sembrada en un 25% para la próxima cosecha.  

El agricultor Nelson Krupinski, presidente de la cooperativa y miembro del Grupo Gestor del Arroz Agroecológico, dice que la reanudación de las políticas debe facilitar la comercialización del arroz. “Con más ventas, aumenta la demanda. Así que tenemos que ofrecer más arroz. Esto implica involucrar a nuevas familias, nuevas áreas, incluso nuevos asentamientos.” 

Los desafíos de los tiempos difíciles también provocaron que el movimiento innovara como una forma de seguir adelante. Llama la atención el protagonismo de las mujeres y la juventud, y la modernización de la producción. 

La presidenta de COPAN, Mirian Mafron, nació el mismo año de fundación de la cooperativa, en 1995, y se incorporó a la edad de 16 años. “Como joven es difícil quedarse en el campo, por eso muchas veces terminamos perdiendo a los jóvenes por el agronegocio o por otras redes”, considera la asentada. 

“Es una victoria quedarse aquí y luchar por estos principios que son los de nuestros padres y amigos”, se emociona.


La agroindustria de COPAN, en Nova Santa Rita (Rio Grande do Sul), es una de las tres del sistema productivo del MST, que cuenta con estructuras físicas para recepción, secado y almacenamiento de granos, además de maquinaria para el control de calidad del producto y el procesamiento de granos. En las fotos, una vista aérea del lugar y los procesos de recepción y empaque del arroz.

Modernización y enfoque en la productividad 

El agronegocio está sembrando soja donde antes se sembraba arroz. Los altos costos de producción y las “facilidades” de la soja han llevado a los agricultores a cambiar de cultivo. El área sembrada viene cayendo año tras año, así como la de frijol y otros alimentos favoritos en la mesa brasileña. Se estima que la cosecha de este año sea la menor en 26 años, según la Compañía Nacional de Abastecimiento (CONAB). 

El MST quiere proponer un futuro agroecológico para el arroz en Brasil. Sin pesticidas y fertilizantes químicos importados, y con producción propia de semillas, los costos son más bajos. El agua, la tierra y los trabajadores no se contaminan, pierden el equilibrio ni se enferman.  

Con la fabricación de bioinsumos en gran escala, el movimiento apunta a una ganancia en la productividad de las áreas sembradas, con la recuperación del vigor de las tierras donde se ubican los asentamientos, comúnmente devastados por las actividades del agronegocio.


“Cada agricultor sabe que cuando tenemos un suelo fuerte, la cosecha va bien. Ahora, si estamos en una tierra degradada, donde se suelen hacer asentamientos, hay que hacer el trabajo de cuidar la tierra, o nos vamos a hundir en deudas de abonos químicos, de mucho veneno y esto no tiene futuro para nosotros”, explica Roberta Coimbra, del sector de producción de MST.

El presidente de COOTAP, Nelson Krupinski, celebra el perfeccionamiento de las técnicas de producción en los últimos años, pero reconoce los retos que se avecinan “en el tema de productividad, de manejo orgánico y biológico, también en industrialización, en maquinaria, en infraestructura para que los asentados produzcan de manera más adecuada, para aprovechar al máximo lo que tiene el suelo, lo que ofrece la naturaleza, el sol, el agua”.

“Tenemos grandes expectativas con el gobierno de retomar la asistencia técnica efectiva en los asentamientos con foco en la agroecología, de modo que nos atienda, para hacer un contrapunto al agronegocio, pero también principalmente para alimentar sanamente a la sociedad brasileña”, resume Krupinski. 

Inaugurada durante la 20ª Fiesta de la Cosecha del Arroz Agroecológico, la primera fábrica de bioinsumos del movimiento homenajea a Ana Primavesi, fallecida en 2020. La ingeniera agrónoma es el principal referente en los estudios de suelos dentro del campo de la agroecología. El método del “suelo vivo”, explica Roberta Coimbra, usa bioinsumos “ya conocidos por la ciencia desde hace muchas décadas”. “Lo novedoso es que los agricultores tengan este conocimiento por sí mismos y produzcan estos insumos a base de bacterias, hongos, microorganismos benéficos que están ahí en la naturaleza, y los utilicen a nuestro favor para mejorar la calidad del suelo.”

Nilvo Fernando Boza, uno de los pioneros en el cultivo de arroz agroecológico en el Asentamiento Capela, en Nova Santa Rita, cree que las inversiones en nuevas tecnologías y estructura elevarán la producción de MST a nuevos niveles. Pero, con base en la experiencia adquirida desde 1999, afirma que sembrar sin veneno ya es más rentable en todos los aspectos, en comparación con la producción del agronegocio. 

“El producto orgánico vale un poquito más. Incluso si se produce un poquito menos, se gana más y a un costo menor. Además de ser económicamente equivalente a la siembra convencional, para nosotros hay otro factor que no tiene precio, que es el medio ambiente, la vida, la naturaleza, que es la preservación de todo lo que predicamos”, enseña.


Para nosotros es un placer estar trabajando, porque trabajar en una plantación donde todo es orgánico te da calidad de vida. Uno no está aplicando pesticidas, fertilizantes químicos o fungicidas, que es lo que necesitan otros cultivos. No, nuestro cultivo es saludable. No fuimos a los campamentos a ganar terrenos para vivir peor que antes. Nuestro objetivo es vivir mejor, con una mejor calidad de vida, y el arroz es un ejemplo de ello.”

Edición: Raquel Setz